Identidad y vocación

Como dicen que el nacimiento del niño Juan fue un motivo de mucha alegría, quiero comenzar este comentario con una nota de humor. Siempre me ha parecido gracioso que en el evangelio se diga que, a Zacarías que se había quedado mudo por no haber creído el anuncio del ángel Gabriel, le hablasen por señas. Me parece muy bien que él pidiera una tablilla para escribir, porque no podía hablar, pero en ningún sitio se dice que no pudiera escuchar. No sé por qué le hablaban por señas. Tonterías aparte, hoy celebramos una gran fiesta.

Nos damos cuenta de la importancia que tiene San Juan Bautista, de quien dirá Jesús que es el mayor de los nacidos de mujer, por el hecho evidente de que solamente en su caso y en el de María, la madre de Dios, celebramos no solamente el día de su pascua, de su paso a la vida en plenitud, como en el caso del resto de los santos, sino también el día de su nacimiento terrenal.

Sin duda, toda la importancia de Juan el Bautista la tiene la tiene porque la recibe de Cristo, del que es su precursor. Precursor en su nacimiento, precursor en su predicación, precursor en su cárcel, precursor en su pasión, precursor en su muerte…

Por eso, seis meses antes del nacimiento de Jesús que celebraremos la nochebuena del 24 de diciembre, celebramos que Juan nació, hijo de Zacarías e Isabel, por esta extraordinaria intervención de Dios en la historia. Al gran acontecimiento de la encarnación del Hijo de Dios y su posterior nacimiento, nos preparamos con esta fiesta de la Natividad de San Juan Bautista.

San Lucas, evangelista, quiere resaltar el contraste entre la fe de María y el sobresalto y el miedo de Zacarías. Ante el mismo mensajero divino, el arcángel Gabriel, María dijo sí: ?aquí está la esclava del señor?; pero Zacarías dudó y le preguntó cómo sería posible si su esposa y él eran ya viejos. María fue a visitar a Isabel su prima inmediatamente después de recibir el anuncio del ángel y en ese encuentro precioso sucedió que el niño quedó lleno del Espíritu Santo en el vientre mismo de su madre. Tan grande iba a ser su misión que quedó santificado ya en el seno materno.

El ángel había hablado de su misión cuando reveló a Zacarías el nombre que había de ponerle. Hoy en el evangelio escuchamos como recuperó su voz cuando, al octavo día, intervino para decir que no se iba a llamar Zacarías como él, que así pretendían hacerlo todos, sino como decía Isabel, que tenía que llamarse Zacarías. Escribió: ?Juan es su nombre?.

Una vez cumplida la misión que el ángel le había encomendado, a Zacarías se le soltó la lengua para poder alabar y bendecir a Dios en el precioso himno ?benedictus?, que rezamos todas las mañanas en la oración de laudes. Es la expresión de ese gozo de Zacarías, por la fidelidad y la misericordia de Dios, de la que se sentía especialmente beneficiado: «Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian, realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento, que juró a nuestro padre Abrahán». Termina el evangelio diciendo que la mano del señor estaba con Juan y que él crecía y se fortalecía en el espíritu, y vivía en lugares desiertos hasta los días de su manifestación a Israel. Esto significa que también Juan tuvo su vida oculta y su preparación, su progreso y crecimiento. Hasta el día en que, según los designios de Dios, comenzó a proclamar la venida inminente del Reino de Dios, entonces comenzó a bautizar en el Jordán a todos los que se veían interpelados por su anuncio y buscaban una vida nueva. El Bautista no les engañaba. Él decía claramente que su bautismo era de agua, pero que detrás de él vendría uno que bautizaría con Espíritu Santo y fuego. Ese era Jesús. Al que Juan señaló diciendo ?este es el cordero de Dios?.

Ciertamente vemos cómo se cumple en él la primera lectura del día, la profecía de Isaías: ?el Señor me llamó desde el vientre materno, de las entrañas de mi madre y pronunció mi nombre… Y mi Dios es mi fuerza: ?te hago luz de las naciones para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra». El prólogo del Evangelio según San Juan dirá: «Hubo un hombre enviado de Dios, de nombre Juan. Vino éste a dar testimonio de la luz, para testificar de ella y que todos creyeran por él. No era él la luz, sino que vino a dar testimonio de la luz?. Y este es el gran mensaje que nos deja la Palabra de Dios a nosotros hoy, si nuestra vida está siendo para todos, motivo de alegría, pues Dios se está sirviendo de nosotros para que los hombres se encuentren con él. Si también nosotros somos testigos de Jesús que es la luz, si nuestra vida por tanto coincide con nuestra misión, si nuestra vocación en definitiva es la fuente única de nuestra identidad.