SALVADOS POR LA CAMPANA

Cuando un boxeador está siendo duramente noqueado, empiezan a faltarle las fuerzas, todo lo ve borroso y siente que el próximo golpe pueda ser el último, está esperando que suene la campana para poder tomarse un respiro y recuperar las fuerzas para volver a la lucha. El sonido de esa campana debe ser una bendición para el que está herido y a punto de desfallecer. Creo que no he visto en mi vida un combate de boxeo, pero me imagino la cara de alivio ante ese sonido y la mano del juez debe parecerle una mano milagrosa. Cuanto más si alguien nos salvase de una muerte cierta en un accidente o de contraer una horrible enfermedad, estaríamos eternamente agradecidos.

«Yo soy inocente de la sangre de esta». El grito de Daniel debió sonar en los oídos de la casta Susana como la campana en el cuadrilátero.

«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». Las palabras de Jesús debieron resonar a esa mujer como el ruido al caer un salvavidas al lado del que se está ahogando.

Hay una diferencia entre los dos casos. Susana era inocente, víctima de las mentiras y la confabulación de dos viejos verdes que actuaban por envidia. En este caso el inocente ha sido salvado. La adúltera era culpable, no seré yo quien diga que el castigo era bastante exagerado, y fue salvada por el inocente. Susana, inocente, volvió a su casa. La adúltera volvió a su casa con una advertencia: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».

Tu y yo, seamos sinceros, somos culpables. ¡cuántas veces nos han encontrado amando más a las criaturas, o mas triste, a las cosas, que a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo nuestro ser! Nos cruzamos en nuestra vida con Cristo que no sólo evita el juicio de los otros, sino que carga con nuestro pecado cuando se lo entregamos. Muere el inocente por los culpables. Hemos sido salvados y que poco caso hacemos de las palabras de nuestro Salvador: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».

¿De verdad seguimos dispuestos no a evitar, sino a aborrecer el pecado que ha sido pagado a tan alto precio? ¿Tenemos el corazón tan duro? Cuantas veces dialogamos con el demonio sin darnos cuenta que le estamos entregando al mismo Jesús que nos salva. Ciertamente Cristo vence, pero duele cada pedrada, cada escupitajo, cada espina de la corona, cada latigazo, aumentamos el peso de la cruz. No, el pecado no es sólo un mal para mi, es despreciar la acción salvífica de Dios que no se reservó a su propio Hijo.

«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más». Piénsalo, rézalo, pide la gracia y di no a esos pecados que entregan al inocente en manos de los culpables.

Madre mía del cielo, que no sea yo quien te vuelva a arrebatar a tu Hijo para llevarlo al calvario.

No nos salva una campana, sólo Dios nos salva de la muerte muerta.